Parábola «Las flores sin aroma»

Esta parábola trata la historia de un viejo samurái, muy sabio, a quienes todos le tenían mucho respeto. El anciano hombre siempre hacía reuniones en su casa para impartir sus enseñanzas a los más jóvenes, quienes lo escuchaban con gran interés y atención.

Se dice que su fama se extendió por todas las comarcas cercanas y comenzaron a llegar gentes de diversos lugares. El anciano samurái hablaba principalmente de la importancia del desapego y de la importancia de saber erradicar las emociones egoístas del ser.

Su discípulo más asiduo era un joven llamado Alino. Él quería aprender todo lo que pudiera del maestro y por eso asistía sin falta todos los días a las reuniones. También preparaba té para todos y se caracterizaba por ser muy servicial. El samurái lo veía con buenos ojos por su humildad y su interés en los demás. Él sería el principal aprendiz de la parábola de las flores sin aroma.

Un día, en plena reunión, uno de los presentes derramó su té sobre la vestimenta de otro de los asistentes. El afectado, no dudó ni un segundo. Inmediatamente reaccionó y empujó agresivamente al que había tenido el accidente. “¡Cómo no te fijas!”, dijo. Y luego agregó que sus vestidos eran de seda china y que ahora habían quedado completamente estropeados.

El viejo samurái permanecía impasible. Continuó como si nada hubiera pasado. Algunos de los presentes murmuraban en voz baja. Les parecía inaudito que el maestro permitiera una discusión de esas en su propia casa. La mayoría opinaba que tendría que haber intervenido frente a la soberbia de aquel hombre.

Alino estaba confundido. Cuando terminó la reunión, no pudo aguantar y se lo preguntó a su maestro. “¿Por qué permites esas injusticias, sabiendo que solo bastaba una palabra tuya para poner en su sitio a aquel soberbio? ¿Por qué no lo expulsaste de tu casa?”

El maestro solamente sonrió. “Hay algunas flores que no tienen aroma y ellas no deben estar en nuestro jardín”, le respondió a Alino. Este quedó muy confundido. No entendía el mensaje del maestro. Entonces, el viejo samurái agregó: “La ira es una flor sin aroma que solo crece en los jardines donde no hay libertad”. Así le daba la primera lección de la parábola de las flores sin aroma.

Unas semanas después del incidente del hombre del té, ocurrió algo que nadie se esperaba. El mismo hombre volvió a la casa del maestro, pero desde que entró se mostró muy hostil con todos. Se abrió paso entre la multitud a punta de empujones. También hablaba casi gritando, sin tomar en cuenta que el maestro estaba impartiendo su enseñanza.

De pronto hizo algo que los sobrecogió a todos. Se levantó, fue hasta el lugar donde estaba el maestro y, sin mediar palabra, lo escupió en la cara. El maestro guardó silencio por unos segundos. Todos estaban atónitos. Al comienzo nadie reaccionó, pero pronto comenzaron a escucharse voces airadas.

Alino se puso en guardia. Tomó uno de los sables que había en la casa. Luego le dijo al viejo samurái: “¡Permíteme, maestro, darle a este hombre la lección que se merece!”. El maestro se mantuvo impasible y sólo levantó su mano para indicarle que no hiciera nada. Parecía que Alino no había entendido todavía la parábola de las flores sin aroma

El maestro pidió calma. Se mantenía completamente sereno. El agresor estaba listo para responder a cualquiera que intentara atacarlo. Había en su rostro una cierta sonrisa de satisfacción al haber desafiado al hombre más reconocido de toda la región. De pronto, el viejo samurái rompió su silencio. Dirigiéndose al hombre que lo había escupido, le dijo “Gracias”.

Nadie daba crédito a lo que estaba escuchando. Alino no sabía qué pensar. Por eso le preguntó al anciano: “¿Qué dices, maestro? ¿Cómo puedes agradecerle a este rufián que por segunda vez ha venido a tu casa a hacerte una afrenta? ¿Cómo es posible que se lo agradezcas?”

El maestro, serenamente, se dirigió al agresor diciendo: “Tu gesto me ha permitido comprobar que la ira ha desaparecido de mi corazón. No tengo cómo pagarte esto. Ya las flores sin aroma no van a crecer en mi jardín”. Alino se sintió avergonzado entonces.

El maestro llevaba meses enseñándoles a no estar prendados de su yo. También a evitar pasiones como la ira. Las personas que dan ofensas, agresiones y críticas negativas son como flores, sin aroma. La única respuesta sensata es ignorarlas y no permitir que destruyan nuestro jardín interior.

Recuerda que la ira es una emoción válida y debes darle el espacio que merece si la sientes. Pero a veces, tendemos a entrar en un juego de rabia con los demás, que nos vacía por dentro y nos daña. Es ahí cuando hay que aprender a ignorar y dejar que las flores sin aroma no crezcan en nuestro jardín.

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